July 2010 Archives

Amor por el juego.

Por José Manuel Juárez Vázquez

Se presento intempestivamente el aguacero mientras volvían los ojos serenos hacia el cielo sin el menor asomo de impaciencia por lo inclemente del día, al principio fueron gotas grandes y gordas y minutos después,  arreció la tormenta, a su alrededor las parejas y los paseantes que minutos antes se encontraban disfrutando  tranquilamente por el parque iniciaban la acelerada partida hacia diferentes destinos asemejando una danza anárquica y asincrónica bajo las notas concordantes del agua, primeramente buscando el refugio mas próximo que les permitiera guarecerse de la lluvia he irse acercando a la vía más cercana hacia sus distintos rumbos. Los niños mostraban júbilo con la inesperada lluvia y buscaban que el agua les lavara el rostro como si con ello trastocara sus juegos infantiles en la mas plena alegría de la naturaleza, los adultos veían a los lados y cuando algún desconocido pasaba a su lado con la vista seguían sus caras como encontrando en los demás su propia contrariedad en todos los que corrían, otros, colocándose improvisados paraguas sobre la cabeza y se arremolinaban en los poquísimos resquicios de las puertas y tejabanes que encontraban en las casas aledañas al jardín. El agua escurría sobre las piezas de ajedrez y se resbalaba sobre la orilla de la mesa de concreto y los jugadores parecía no importarles lo que pasase a su alrededor, se  mantenían ensimismados en todos los movimientos  mentales de las piezas y continuaban el baile imaginario del juego. La mano movió lentamente el alfil a una posición activa, se encontraba rezagado y su contrincante amenazaba hábilmente con su caballo, por varios minutos su enemigo caviló el movimiento, con los brazos entrecruzados veía detenidamente las piezas y  se tomaba el rostro, del que escurrían las frescas gotas de agua, entre los dedos de la mano izquierda y el brazo derecho apoyado en el borde de la mesa, para volver a entrecruzar los brazos húmedos por la imperceptible lluvia. Eventualmente levantaba los ojos, veía que la lluvia resbalaba entre las hojas del enorme bambú que se encontraba a escasos metros de su mesa y mas allá se estaba formando un charco sobre la plancha deforme de cemento y que los paseantes apresurados evitaban en lo posible y volvía a centrar su atención las piezas que participaban en la acuosa partida. El agua seguía pintando la tarde de gris, los colores se difuminaban en el paisaje vespertino que se escondía del ausente sol característico de julio y el cielo se llenaba de nubarrones que ocultaban el otrora cielo azul. Enroque era la respuesta, ya la esperaba, sin embargo, con el rostro entre las manos calculó nuevamente las jugadas que continuarían al esquema planteado. Era algo que múltiples ocasiones en las noches de club había jugado no obstante debería de obrar con cautela, la memoria solía traicionar veleidosamente a las mentes inteligentes, la tarde semioscura era temprana y tenía tiempo para seleccionar la mejor jugada, lo bueno de jugar con jugadores de mayor nivel era la posibilidad de retardar una jugada sin tener el menor reclamo del adversario, se da sobreentendido entre caballeros, que se juega contra la mejor propuesta no contra el mayor enemigo. A pesar de llevar más de una hora jugando el agua no amaina y la partida no termina no obstante las múltiples combinaciones que se han registrado y el escaso material que resta en el tablero en la soledad del parque anegado en sus flores y árboles  su contrincante captura torre por torre, el desenlace es inminente, peón por torre y rey por peón. Esta vez no habrá triunfo ni derrota para la posteridad solamente la satisfacción de gozar una partida inolvidable. Fin